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Jorge Moratal
Hemingway no coge el autobús
LA VIEJA MANSIÓN La vieja mansión sigue sin venderse a pesar de todos mis esfuerzos. Mantengo la temperatura baja para conservar la madera del suelo en buen estado, enciendo periódicamente la caldera para que no se oxide y, cuando vienen posibles compradores, abro las ventanas de par en par para que comprueben las fantásticas vistas […]
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LA VIEJA MANSIÓN
La vieja mansión sigue sin venderse a pesar de todos mis esfuerzos.
Mantengo la temperatura baja para conservar la madera del suelo en buen estado, enciendo periódicamente la caldera para que no se oxide y, cuando vienen posibles compradores, abro las ventanas de par en par para que comprueben las fantásticas vistas que hay desde lo alto de la montaña. Aún así, la casa lleva quince años desocupada.
Ocasionalmente recibo la visita de algún grupo de chicos jóvenes que entra en la mansión en mitad de la noche, entre risas y en un evidente estado de embriaguez, pero en el instante justo en el que les enciendo la luz para evitar que se tropiecen con los viejos muebles salen corriendo. Tal vez sea porque acabo de cumplir los doscientos sesenta años, pero, sinceramente, cada vez me cuesta más entender a la juventud de hoy en día.
A veces, en mis horas más oscuras, me pregunto si debería resignarme a la soledad, vivir aislado como el resto de fantasmas. Pero a mí me gusta la compañía, no puedo evitarlo.
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