EXTRAÑOS EN UN BAR
La encontré una tarde de lluvia y poesía,
solitaria, en el bullicio de un bar,
sentada, supuse, ante una taza de té.
Vestía de negro y parecía perdida
buscando el camino de vuelta
entre el humo azul de su último cigarrillo.
Pensé: me gustaría ser su ángel de la guarda.
JUGUETE DE LA VIDA
Luce cegador
el sol de mediodía,
se remansan las olas
en claridad de plata.
Unos niños
chapotean en la orilla.
Me siento dueña
de un eterno paraíso
que amenaza
escaparse de mis manos.
Por momentos
olvido que soy yo
quien pasa
como juguete de la vida.
ERIAL
Buscas el verso que en la boca pone
la exacta dimensión de las palabras,
el nombre de las cosas,
y encuentras el clamor de los barrancos,
el eco que rebota y se extermina.
Por los predios de Juan Lobón, circulan ahora rugientes autovías y en la patria profunda del «Seisdedos», donde la voz de a degüello de la intolerancia gritaba «ni muertos ni heridos, tiros a la barriga», abre a diario una biblioteca, donde un hombre joven cultiva la audacia del verso, el vértigo de la palabra, el afán de la lectura que, como bien se sabe, no conduce a nada bueno.
El tipo edita versos, como los que ahora guarda este libro que usted sostiene entre las manos. No son éstos los primeros poemas que escribe y publica Alejandro Pérez Guillén, nacido treinta años hace, y que ya había visitado la imprenta con dos títulos anteriores, Entrevista con la palabra (1997) y El cadáver dormido de la historia, un cuaderno editado por Bellasombra en 2001. Su poesía destila experiencia y lecturas, empirismo y culteranismo, propio de un tipo capaz de citar a Virgilio o a Arturo Pérez Reverte, sin que se le enarque una ceja.
Como en cualquier otro escritor, sus asuntos guardan relación con los eternos. Esto es, el amor y la muerte, o el paso del tiempo.
El ruiseñor es un viejo cómplice de la poesía. Convierte su soledad en canción y transforma la fragilidad de su canto en un secreto sonoro, y con los ojos, que puede colarse por cualquier ventana para espiar la realidad. En las Pequeñas verdades de Jesús Cabezas Jiménez, aparece también el ruiseñor. El poeta pregunta por él entre sus compañeros de trabajo y nadie llega a responder, ningún compañero comprende el sentido de su voz. Como ocurre siempre en la poesía, los símbolos se cargan de significado, apuntan en dos direcciones, matizan y enriquecen el sentido humano de los acontecimientos. La voz desatendida del ruiseñor habla de la soledad del poeta, del aislamiento que a veces conmueve el corazón del individuo que se empeña en conservar aquellos valores de vida y de conciencia olvidados por la sociedad.
Una vez conectado por la palabra al metafísico silencio de todos los mundos presentidos (porque son), el hombre (el poeta) se sabe vivo —es— y vibra creciendo en el combate de los versos por el que ganará finalmente sus restitución al origen, como si en ese impreciso instante el dedo índice del tiempo por fin le insuflara su luz a los seres posibles y a todo lo inexistente que, por no ser, se hace carne incorruptible de su alma en el vasto territorio que imagina.
He aquí la verdadera poesía: la que nace “del conocimiento y del asombro”, según declaraciones del propio Rafael Guillén a José Espada Sánchez.
Esta mano que os dice cómo abrasan las manos, que ayer gozaba el fruto que en la boca era sangre… Esta mano que anota su asumida tragedia porque sabe que puede ser manzana o serpiente, mas prefiere su esquina de silencio y de nadie, aunque clame en la tinta que emborrona la noche… Esta mano —os decía— es culpable de todo cuanto sé que le ocurre por estar de mi parte.
VISIÓN DEL FIN
I
Como sombras,
como ríos sin llanto,
como escaleras mudas que presencian,
cansadas,
su soledad de siglos,
esquinas al fondo
que atrás no vuelven la mirada
porque ignoran, porque huyen del próximo
peldaño antes de haberse visto allá –hundidos–:
campo yermo y desierto, sombra o luz…
Como ríos que escapan, sedientos,
siempre van hacia el norte al que temen,
hacia el centro final donde el origen
sin tiempo fue (¡ellos!, ¡ellos!),
anegado de fuego,
quieto cauce en la noche,
amanecer de muerte ante el espejo.
Van…
Andan huellas sin rumbo,
persiguiendo la sangre frente al miedo.
«Probablemente, es difícil saber-conocer o ubicar lugares como Bouyafar o Zerhoun, de aquí que un enigmático título como el que enlaza estos dos nombres no propicia ni vislumbra nada de esa vida que quizá contengan o de los usos y mitos que tal vez encierren. Parece evidente que la función del locus o la descripción de lugares, esto es, lo que en retórica se conocía como topografía o topotesia, va más allá de la simple digresión en la narratio, ya que al estar regida por un yo textual entra en el recurso de la ficción de imposibles, esa elocución retórico-poética que se remonta a la tradición grecolatina. Así, la función comunicativa de la ciudad, del locus, su especialidad entendida desde la monumentalidad del edificio o desde su ruina, está en crisis, en continuas esperanzas aplazadas, pero entre las sombras de la decadencia, la ruina y la luz de la razón o la plenitud de la vida, siempre puede articularse-construirse la belleza.»
A todos los que fuimos,
a todo lo que creímos ser,
sobre todo canto, escribo
en esta ciudad desconocida
la de calles frías y adoquines
recordando donde se cruzan las pisadas
como ecos eternos, semejanzas del pasado.
Un lugar verde de agua
y entre ruidos, la soberbia.
Meso los ensortijados
cabellos de aquella mujer sin cabeza.
1 ENERO
Vivir
medir la danza oculta del ser
con la cuerda invisible del amor.
18 ENERO 1925
Amar
con la vena abierta
de par
en par
y
la sangre llamando
a todas las puertas
Narra Plutarco cómo Alejandro Magno lloró sobre la tumba de Homero lamentando amargamente la ausencia de un cantor digno de sus hazañas.
Narra Plutarco cómo Alejandro Magno lloró sobre la tumba de Homero lamentando amargamente la ausencia de un cantor digno de sus hazañas. Pasado el primitivismo del origen, el de la primera poesía rapsódica, de espíritu arcaico y dominada por el acontecimiento real y fatídico (el canto de victoria de Judith sobre Holofernes, las palabras en el regreso de David con la cabeza de Goliath, la canción de la poetisa Telesila llamando a las mujeres a las armas para salvar a la ciudad de Argos, o Solón, entusiasmando a los atenienses para la conquista de Salamina…), el cantor se aleja del instante presente, se vuelve hacia el pasado y lo transfigura a la luz de lo contemporáneo; así eleva ese presente contemplando a los héroes antiguos, presenta el ideal perdido como realidad y da expresión al grado histórico, naciendo la conciencia de tradición. Homero ya describe un mundo desaparecido, Hesiodo narra en la Teogonia el nacimiento de los dioses, Isaías un mundo perfecto, con imágenes similares a las de Hesiodo, en bien del Estado del Dios mesiánico.
CUERPO DE LUNA
Tendido,
junto al hueco
CUERPO DE LUNA
Tendido,
junto al hueco
que lame tu sueño,
acaricio con la mirada
la armonía que sin palabras
esta noche proclamas.
Tu iluminado perfil
y el abismo de cada pliegue
reflejan las dos caras
de esa luna libidinosa
que sin piedad te posee.
Algo queda después de tanta pena. Habla un hombre. Soy yo: José García. Y algo es alguien que vive todavía, a favor de su nombre, cuando suena.
Algo queda después de tanta pena. Habla un hombre. Soy yo: José García. Y algo es alguien que vive todavía, a favor de su nombre, cuando suena.
Cómo duele la vida. Pero es buena, si algo queda después de cada día. Algo: un libro, un golpe, una alegría, una mano, un verso u otra pena. Porque, os digo, mi vida es una guerra y aunque acabe rindiéndome a la tierra yo no voy a entregarme por completo.
Algo queda, después de cada hombre. Algo, acaso, tan poco como un nombre enterrado a la sombra de un soneto.
No sé si porque he sido siempre un romántico sin remedio curativo posible o porque siento una especial debilidad por las personas que un día tuvieron que abandonar con todo
No sé si porque he sido siempre un romántico sin remedio curativo posible o porque siento una especial debilidad por las personas que un día tuvieron que abandonar con todo el dolor de su corazón y para siempre su patria chica —durante mi infancia perdí a muchos de mis amigos cuando sus padres se vieron en la imperiosa necesidad de emigrar a Madrid o Barcelona en busca de un futuro mejor—; o motivado, tal vez, porque mi padre tuvo que ausentarse la mayor parte del año durante toda su vida laboral —lo que en su época prácticamente correspondía a su vida entera— de su hogar y de su gente, cada vez que conozco de cerca la figura de un emigrante, instintivamente me uno a su causa y a su soledad. Emocionalmente me hago uno de ellos, siento su dolor como si fuera el mío propio. Con este sesgo afectivo me acerqué a la figura de José Luis García Herrera. Antes de conocerlo personalmente, ya lo había soñado en mi corazón. He de confesarlo abiertamente antes de seguir adelante, por una pura cuestión de honestidad personal. Más tarde, cuando leí sus versos y disfruté con ellos, supe además —en realidad, alcancé la certeza— que palpitaba dentro de sí un portentoso poeta.
Copyright © - Editorial Alhulia Peticiones desde 1998 - 2022 4687879
Esta web no recopila ni guarda datos personales de sus usuarios en ningún fichero automatizado,
todos los datos aquí expuestos han sido cedidos o introducidos libre y voluntariamente por sus propietarios.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies
ACEPTAR