Le obsesionaba el tiempo, su transcurrir, su forma, su sustancia, su magia, su poder y su imperio, su misterio, su aura. Le obsesionaba el hecho incontestable de la muerte, pero más que ella misma, le obsesionaba el
Le obsesionaba el tiempo, su transcurrir, su forma, su sustancia, su magia, su poder y su imperio, su misterio, su aura. Le obsesionaba el hecho incontestable de la muerte, pero más que ella misma, le obsesionaba el hecho irreparable y cierto de que la vida fluye irremediablemente hasta encontrarla.
Desde los veintiún años, cuando se quedó solo, cuando se despertó sudoroso una noche y empezó a recordar y a saber que sabía, dedicó sus recursos al estudio del tiempo, a intentar dominarlo, a intentar recobrar su secreto, ése que él había poseído una vez en su infancia. Fracasó sin remedio, y arruinó su fortuna y malvendió sus casas y sus tierras y enseres corriendo tras un sueño, recogiendo las piezas de un puzzle inacabable. No fue un hombre feliz, no poseyó el secreto, aunque llegó a tocarlo con sus dedos.
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