Martha Asunción Alonso Moreno (Madrid, 1986), licenciada en Filología Francesa por la Universidad Complutense de Madrid, con su obra Crisálida ha sido la ganadora, por unanimidad del jurado, del I Concurso Literario Nuevos Creadores, en su modalidad de Poesía, convocado por la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Granada en colaboración con la Academia de Buenas Letras de Granada.
Este libro ha nacido como un intento de divulgar entre los jóvenes andaluces —jóvenes en edad o en ilusión, que tanto monta— una parte primordial de nuestro pasado común: nuestros mitos primigenios, que constituyen nuestro arranque como pueblo en la historia. Por ellos y a través de ellos se propagaron los primeros nombres y las primeras imágenes de nuestra cultura por otras remotísimas civilizaciones, alguna de las cuales —la griega, por ejemplo—, generosamente convertida en nuestra portavoz.
Así nos conocieron. Pero hoy, la inmensa mayoría de los andaluces ignoramos su existencia, que es tanto como ignorar la matriz donde empezamos a ser.
Pocas veces se percibe con tanta claridad que la poesía es materia espiritual, oficio del espíritu, como ante la obra de Emilio Alzueta. Ya supimos que su voz nacía de esa inquietud no emparentada con la literatura al uso, cuando lo encontramos en La mirada encendida, Motril (2001), del que aquí se rescatan algunos poemas, y acaso lo sea de forma más evidente en esta otra serie de textos que integran el presente volumen. Porque no es el éxito mundano lo que se pretende con esta obra, ni la exhibición de unas destrezas más o menos brillantes en el uso de la palabra, sino más bien el entendimiento de que la verdadera función del poeta es la búsqueda del lenguaje originario, a través del cual nos acercamos a lo divino y celebramos su misteriosa presencia en nuestras vidas. De ahí que esta poesía nazca emparentada con el anhelo místico y que su propósito no sea otro que dar «humana voz a lo invisible», como nos dice su autor en el «Arte Poética» que abre el libro y que desvela el poderoso entronque de su palabra con la tradición de la poesía sufí.
AUTORRETRATO
Me llamo Rafael.
Nací en el mes de febrero. No soy muy alto.
No soy muy bajo.
Mis ojos son grandes y miopes.
Casi nunca recuerdo mis sueños.
Me gustan las canciones tristes de Tom Waits.
Prefiero una palabra a mil imágenes.
Aún no he aprendido a volar.
I , LEGADO
Quiero dejar el día en que me muera
una leve sonrisa en la mirada
de aquellos que me amaron, pues que nada
quede de mí que incite a la quimera.
Que mi sombra se extienda placentera
por los fértiles valles, y la espada
cubra del río la memoria airada
con mi sonrisa siempre lisonjera.
Que las aves incendien de armonía
los árboles que amé, naturaleza
que se solaza en su galantería.
Y si dejo un resquicio de belleza,
amadla si me amasteis, sutileza
que dé a la brisa toda mi poesía.
Las palabras obscenas son bellas. Primero, por ellas mismas. Y luego porque suscitan en nosotros una conmoción sagrada. Porque nos alteran, nos sublevan, nos llevan al límite. ¡Ay de la lengua que no tiene palabras «sucias» o las ha lavado en aras de la mojigatería de nuestro tiempo, lo políticamente correcto! Las palabras procaces nos salvan. Las luces sin sombras son oscuridad. Los términos escabrosos dan profundidad y relieve al lenguaje. Y lo que es aún más importante: potencian cualquier acto afrodisíaco. El sexo sin palabras obscenas es un sexo descafeinado. Joaquín Arango recuerda que «las cortesanas romanas del seicento se burlaban de las grandes damas de la Ciudad Eterna que no eran diestras en el uso del lenguaje obsceno». Decían de ellas que «joden como perras, pero son mudas como piedras.»
SONRISAS: nerviosa del debutante, histérica del enfadado, pedante del adinerado, sincera de un niño. Y en todo el salón ninguna carcajada. Llueve fuera, como llueve en A Coruña, en Santander, qué más da. Si nos damos cuenta de algo, ese algo lo contamos. En el salón silencio, muletillas, no hay buenos conversadores. Sólo el ignorante abre la boca para intentar impresionar a los diferentes invitados: asienten, sonrisa, calada, vuelven a asentir, trago y el niño se pregunta: «¿Qué hace él en un lugar tan falso?»
Abre sus fauces el gigante
que duerme con los ojos abiertos y
descansa con los sentidos en guardia
para impedir la estupidez
de quienes, sin pedirle permiso,
osan penetrar en sus entrañas
creyendo que el silencio sublime
y la calma infinita
los protegerá de su intrépida arrogancia.
LIBERTAD
sobre tus orillas,
puro vértigo,
todo se mueve.
Sobre tus orillas,
puro equilibrio,
sobrevivo.
Sobre tus orillas,
pura odisea,
sueño
y me duele
el vivir.
LITURGIA DEL OLVIDO
Ésta es la liturgia del olvido,
una espina de acero y silencio
clavada en el limbo del Empire State,
un soplo huérfano de cigüeñas,
un altar de nubes sin estrellas.
No existe la oración de un templo negro,
La escalera 103 para el incendio del llanto,
un barco de alas
para el descanso de las gaviotas.
Son otras las pequeñas cosas amenazando,
ascuas de Rolex por la quinta avenida
donde el tiempo es martillo de manos sin uso,
cadenas sin dueño en los ojos huérfanos,
paseantes ciegos de un lujo inservible,
ciudad rota en el tambor de los dedos
cuando el papel higiénico
es moneda ennegrecida.
Los Juegos reunidos (Memoria 1967-2007) de Juan de Loxa albergan una selección heterogénea de sus propuestas literarias visuales en la que se subraya en el título los términos «juegos» y «memoria ». Esta antología resume el espíritu inconformista, irónico y subversivo que elude interpretaciones metafísicas o trascendentes y transforma lo insustancial o lúdico en provocación. Dicha búsqueda poética responde a la reprobación del propio objeto artístico, pues: «La escritura actual no puede ya responder al hombre, por el contrario, lo separa, lo constriñe». De ahí que Juan de Loxa anotara en 1983 su particular visión de la finalidad de las propuestas experimentales con la siguiente afirmación: «el poema como aventura, la práctica del poema como anillo de humo y el terrorismo producto indispensable en la cesta de la compra de cada creador». De este modo, Juan de Loxa abogaba por una «obra abierta» cuya aventura creativa pertenecería tanto al poeta/operador como al lector/co-autor.
PRESENCIA
Aquí estoy,
aquí me tienes,
sin más obstáculo
que tu propia sombra,
con los brazos hechos de golondrinas.
Aquí estoy,
aquí me tienes,
por si el brillo de tus ojos alados
resbala, como una triste guitarra,
en la ingravidez del vuelo desnudo
de la noche.
Nada importa, saldré a tu encuentro
con ojos de no dormir
y acercándome a los tuyos,
para romper la frontera
de dos miradas.
Pero, déjame que rompa el rayo
ensangrentado
de tu sombra de mármol.
ASFALTO
Los pasos solitarios del viajero,
sin rumbo ni lugares, gravitaban
en asfalto robado.
Delante persistían cicatrices
cortantes de miseria,
mudas, acusadoras.
MUSEO ARQUEOLÓGICO
En un murado patio
que el azahar aroma,
entre romanas aras funerarias
y rotos capiteles, te recuerdo.
¡Córdoba en primavera!
No existe otro lugar tan conveniente
para el goce de amor.
La bonancible luz,
la continua sorpresa de colores,
el ajedrez de sombras…,
pero no estás conmigo
y entre mudas memorias te recuerdo.
CARTA DE AMÉRICA
SABINA milenaria de la sierra almeriense de Los Vélez, árbol amparador de mi estirpe: Yo hubiera querido encontrar un mensajero, un pájaro fiel con alas vencedoras y oceánicas para que atravesara continentes y, sin temor ni cansancio, te buscara en mi Sierra de España y dejara entre tus ramas mi carta. Carta que es un suspiro largo y azul que podría leerte el viento en sus descansos del otoño.
Quise detener el vuelo de una bandada de pájaros que era como un arco iris volador, en busca de un mensajero, y no me escucharon, quizá porque mi voz quedó tachada por músicas del agua o porque acudían presurosos a presenciar el nacimiento de un bosque.
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