Mientras el tiempo, en su inexorable transcurrir, va acercándose a la fecha del 23 de febrero de 1981, Julián Altemir, exiliado voluntario en Londres, de una de cuyas universidades es profesor de español, pone en conocimiento de Ángela, su novia y compañera de staff, en sucesivos relatos, lo acontecido en Granada, casi veinte años atrás, cuando él y otros jóvenes que apenas habían rebasado la adolescencia intentaron investigar acerca del paradero de la tumba de Federico García Lorca, intento que terminó en tragedia.
La condición humana es un compendio de relatos dirigidos a todas aquellas personas que crean en la calidad rica y maravillosa del ser humano. Es para todos aquellos que piensen que mejorarse día a día es posible. Sobre todo, es una obra con 21 historias diferentes en las que el autor ha tratado de hacer una llamada de atención con temas tan serios como, el maltrato a la mujer, los absurdos prejuicios de una sociedad carente de corazón, el maltrato animal, la absoluta normalidad de relaciones homosexuales en una sociedad plural y avanzada, la pasividad de los gobiernos mundiales con los mayores asesinos de la tierra (las tabacaleras), los miles de desahucios que se producen en España todos los meses, el desamparo legal al que es sometido un hombre frente a un proceso de separación, la terrible situación de miseria humana en el cuerno de África y muchas más historias sorprendentes, terminando con un homenaje a las víctimas del terrorismo de ETA.
El autor, es un firme defensor de la escritura y lectura como herramienta sanadora, al leer estas historias tan reales y conmovedoras provocará en nuestro interior, como mínimo, el replanteamiento de posturas y pensamientos.
Esta enorme ventana sin cortinas del teatro de Enrique Martín Pardo no es sino la mezcla de la dramaturgia de Harold Pinter y la pintura de Edward Hopper: personajes solitarios, maletas a punto de partir, olvidos crueles, parejas incomunicadas, desesperanza, desamor. Todo está lejos del cielo en una realidad manufacturada, congelada en el tiempo. La clase media tiene que pagar una deuda que no es suya, una deuda de referencia hopperiana: «…tienen que pagar los que se ven en hoteles baratos». El dios dinero dejó de empapar el suelo sin sol y este ser humano postindustrial del siglo XXI —desconsolado— no encuentra cielo protector en la ciudad desnuda.
Jacinto S. Martín
En un pequeño pueblo de la serranía de Cádiz, en el verano de 1936, se inicia esta historia en la que la tranquilidad de la convivencia se verá sacudida por atroces acontecimientos que quedarán marcados para siempre en la memoria de sus habitantes. La historia de amor entre Eulogio y Eva María nos introduce en la vida de otros personajes que vivirán las consecuencias de un destino cruel, un destino que nadie era capaz de imaginar.
Personajes fuertes que se nos muestran a través de sus acciones y pasiones, equívocos que al aclararse iluminan zonas íntimas que no siempre queremos explorar, el amor y el poder como motores del mundo. Y un pueblo, verdadero protagonista de esta novela, como marco que da forma y deforma lo que contiene. Un pueblo pequeño entre las montañas y el mar, con nada que lo distinga de otros miles como él, idénticos en sus matices y diferencias, que encarna la aldea de Tolstoi: «pinta tu aldea y pintarás el mundo». Y en ese mundo cerrado en sí mismo se van desarrollando dos historias aparentemente inconexas —cada una podría funcionar como metáfora de la otra— que luego resultarán las dos caras de la moneda.
Ya desde el título se nos da una pista. Los «rumores» humanos y los de la naturaleza atraviesan toda la novela y van determinando un final inexorable, el único posible porque es el que hemos ido construyendo entre todos, los personajes y los lectores, a través de los malos entendidos, las buenas intenciones, los códigos morales, lo que elegimos contar y lo que tratamos de ocultar.
Una de las cosas que aprendemos después de leer Victoria y los rumores es que lo que no soportamos ver en los demás son nuestros propios secretos, los que no nos confesamos ni a nosotros mismos.
ATARDECE EN EL PUERTOAtardece en el puerto,los reflejos de los barcos,como rizos de abanicos,evocan pequeños sueños.[…]
ATARDECE EN EL PUERTO
Atardece en el puerto,
los reflejos de los barcos,
como rizos de abanicos,
evocan pequeños sueños.
Lejos, en el horizonte,
leves ecos de una hoguera,
las nubes anaranjadas,
rojas, moradas… se encienden…
…y poco a poco se apagan
como cansadas luciérnagas.
Entonces, mirando al cielo,
los barcos se bambolean
en su dulce letanía
de viento, agua y misterio.
EL POETAEl poetade los lirios, los jazmines y las azucenasEl poeta encastradoen las entrañas de Granada […]
EL POETA
El poeta
de los lirios, los jazmines y las azucenas
El poeta encastrado
en las entrañas de Granada
El poeta de la barraca
con el lejano llanto de la guitarra
y el romance del romancero, la seguiriya y la casida
El poeta vivo, cuya vida sesgaron
Cuán más habrías dado a tu tierra
Herido de muerte estabas
por la cornada de un odio ruin,
bilioso, de tu genio y tu grandeza
Muerto fuiste, por toros de tu tierra
Inefable traición, y tragedia
Sí, muerto te quedaste,
y no se sabe dónde
No te enterraron entre los naranjos y la hierbabuena,
ni bajo una veleta
Mas no pudieron enterrar
el recuerdo de tu brisa, por los naranjales
ni el fulgor de tu sangre
en un manto de violetas.
Ésta es una novela creada a base de legajos del presente y del pasado que habla acerca del abandono, acerca de la incapacidad de enterrar a los muertos, acerca de la esperanza en la que uno se recrea cuando espera, acerca de la imposibilidad de vivir de otra manera, acerca de lo extraño que son las cosas de la vida. Es una novela escrita en primera persona donde el protagonista con ironía y tristeza se desnuda ante sí mismo y se reviste ante los demás, sobreviviendo como puede en un mundo que no le pertenece y del que prefiere quedarse al margen. Briefkasten es el lugar de exilio donde conviven seres agotados después de gozar de sus quince minutos de fama y donde el frío y oscuro invierno se ha zampado a las otras tres estaciones restantes. Nunca nadie estuvo tan cerca de no ser nadie.
Es frecuente en el teatro de Enrique Morón reunir sus dramas en trilogías, pues, aunque cada obra mantenga su autonomía, sí hay en ellas algo que aporta cierta unidad temática. Así, tanto en su “Trilogía del esparto” como en la “Trilogía del asfalto” el vínculo de unión es el mundo rural por un lado y el urbano por otro, como sus propios nombres sugieren.
En “Tríptico del desamparo”, su tercera trilogía, es precisamente este desvalimiento el que une tanto los dramas como los principales personajes. Estos se encuentran arrojados a este mundo cruel y perverso en donde es muy difícil encontrar salida o, al menos, una explicación a tanto abandono, pues siempre hallarán un escollo que se interponga a la bondad de aquellos seres perdidos en sus propias frustraciones y oscuras soledades.
Es una constante del autor, tanto en el verso como en sus dramas, simpatizar con estos seres marginados que buscan, sin conseguirlo, una especie de redención en un mundo hostil en donde se imponen la perfidia y la arrogancia como monedas de cambio.
Después de tanta literatura feminista, este libro se declara contrafeminista. La parodia de un género que, por cansino, la necesitaba. Si “La Celestina” fue parodia del amor cortés y “El Quijote” de las novelas de caballerías, “Sola en el Mundo” será el espejo cóncavo donde se mire tanto estereotipo femenino que nos empacha.
En estos relatos, las mujeres no van a contar ni que son el sexo fuerte ni el oprimido, ni tampoco su tragedia personal, que la tienen, cómo no, pero es un rollo y se la acaban de dejar en casa. Ni aún van a suplicar por la igualdad, pues, a estas alturas, han decidido tomarse la justicia por su mano. Simplemente, les van a contar lo que les dé la gana en un amplio despliegue de edades, tamaños, gustos y matices, pues las mujeres podemos ser cualquier cosa, menos iguales las unas a las otras. Si las quieren, nunca las juzguen.ias de un destino cruel, un destino que nadie era capaz de imaginar.
En el juego de los determinismos Isabel Romero le echa un órdago al tiempo con los treinta y un poemas que conforman Sobre el tapiz, y a fe cierta que, tras la intensa lectura, nos queda la profunda sensación de que en todos y cada uno de esos treinta y un cuadros que ella extrae de su iconografía vital, diversa y cambiante, plasma con gran equilibrio una suerte de poesía concentrada, de gran mesura expresiva y rítmica, sin alharacas estilísticas y aún menos seudometafísicas, una poesía que yo me atrevería a calificar de sinestésica, por la percepción conjunta o interferencia en la misma de varios tipos de sensaciones de diferentes sentidos en un mismo acto perceptivo. Así, ya en el primer poema, que no en vano lleva el revelador título de «Ritual», el olor a incienso o a romero nos incita a entrar en el libro graduando de partida en nuestra memoria la impronta de un paisaje interior en el que, como digo, parece que el tiempo haya sido aprehendido como en un tapiz (Penélope y la metáfora del tiempo, en el imaginario femenino del olvido y el recuerdo) que eternamente, es decir, sin tiempo, se teje y desteje en ese intento, ¿inútil?, de querer hacerlo nuestro encadenándolo a la energía incontenible del deseo y la imaginación (el ideal poético). El tiempo como aliado. El secreto, la condena y, a la vez, salvación de Sherezade: el poder taumatúrgico de la palabra.
Es verano y Claudia comienza las vacaciones. Sus padres han decidido pasar unos días en una vieja dehesa de su propiedad que no habían visitado en los últimos cuatro años. La niña, que acaba de cumplir doce años, recupera así un paisaje que había llenado su infancia con magia, luz y color. Pero algo ha cambiado; el río no baja cristalino y alegre como antes y ya no sirve de lecho para sus ensoñaciones. Claudia emprende un viaje río arriba en busca del villano que está contaminando y destruyendo su río. En el camino se verá inmersa en multitud de aventuras que tratará de superar con la ayuda de insospechados compañeros de viaje, como Teo, el feneco, o Salma, el salmón. Su peregrinar le permitirá entrar en contacto con un mundo mágico y luminoso, desconocido hasta entonces para ella, pero también le hará descubrir sentimientos oscuros que no sabía que habitasen en su interior.
Eric cree que lo tiene todo hasta que un día una desgracia se adueña de su familia. A partir de entonces, comienza a cambiar y a ver la vida de otra forma. Cuando vuelve al internado tiene que acabar lidiando con la chica que más odia. Al principio se niega a aceptar su compañía, pero la situación se complica cuando encuentran un diario antiguo en la biblioteca. ¿Será tan importante lo que contiene en su interior como para revolver sus vidas por completo?
“Palabras mágicas de Tsotyama”. Una historia narrativa, sobre el encuentro y la relación entre dos primos, niño y niña, Arturo y Tsotyama. Dos personajes, que a pesar de su parentesco, pertenecen, a dos continentes, culturas, etnias y conceptos muy diferentes de la vida. Ambos se ven obligados a convivir, durante un verano. El encuentro, con Tsotyama, cambiará para siempre la vida de Arturo. Conocerá el valor y significado de las palabras y cómo según las utilicemos pueden condicionar nuestra vida. Tsotyama, es una niña en la que confluyen varias etnias y culturas, es la última depositaria de una lengua ancestral y en extinción, una lengua cargada de magia y sabiduría. El libro está escrito con un lenguaje sencillo muy adecuado, a partir de siete años
JARDÍN DEL SECANO, CON SIERRA NEVADA AL FONDOEstas no sonlas aguas del olvido.Nieve remota y próximacomo un niño dormido,[…]
JARDÍN DEL SECANO, CON SIERRA NEVADA AL FONDO
Estas no son
las aguas del olvido.
Nieve remota y próxima
como un niño dormido,
para la piel, negada,
a los ojos suplicio,
blanca porque el ciprés
y el delicado mirto
urdieron a la sombra
cenadores y nidos;
alta porque la fuente
apenas alza el tibio
rumor de un surtidor
desmayado en sí mismo
con aguas que no son
las del olvido.
Lo proclama la flor
abierta en el camino
SECANO GARDENS WITH SIERRANEVADA IN THE BACKGROUND
These are not
the waters of oblivion.
Snow remote and close
like a sleeping child,
to the skin, denied,
torment for the eyes,
white because cypress
and delicate myrtle
devised in shadow
arbors and nests;
High since the fountain
barely raises the mild
murmur of a spout
faintly falling with
waters that are not
those of oblivion.
This the flower proclaims
open on the path.
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