«La historia que se cuenta no es mi guerra, ni la guerra de nadie, ni siquiera la de Juan, el protagonista. Es un hecho general reducido a palabras, pero del que ha habido ejemplos, quizá más aventajados, en todas las contiendas últimas. Eso sí, para situar la acción necesitaba ese ambiente de pelea civil y, como el único que he conocido encajaba perfectamente con la historia, ahí va. Pido perdón de inmediato por robar el suceso y por recrear una guerra civil que debería andar en el olvido.»
«Hoy nos hemos despertado felices de ver que la luz se sigue encendiendo como siempre, suena el teléfono y el ascensor no dejó de funcionar. El amenazante efecto 2000 —que ha tenido en guardia a media humanidad— sólo ha consistido en un amable anuncio de mi ordenador, en el que me invitaba a cambiar la fecha y la hora del sistema, ya que para él hoy era el miércoles 4 de enero de 1980. Con una simple operación el tiempo ha corrido una loca carrera de veinte años y tres días, y se ha colocado en el justo lugar que se merecía.
El prodigio es ahora posible y cualquiera que maneje un ordenador personal puede ser un mágico teúrgo.»
Los relatos agrupados en este libro bajo el título Caballito de mar tienen el denominador común de estar ambientados en tierras andaluzas y en ellos nos muestra el autor una Andalucía en su universalidad, muy lejos de los tópicos con los que injustamente ha sido con frecuencia retratada; las historias que nos cuenta son historias humanas trasladables a cualquier otro lugar. No se trata pues de vender la marca de Andalucía, sino una natural disposición de andar por casa que se detecta en la fluidez de la prosa. Y desde la seguridad que se disfruta en el cuarto de estar, entre bromas y veras, el autor nos conduce por un camino donde nos tropezamos con todos los sentimientos imaginables y, como quien no quiere la cosa, lo que al final nos ofrece es una sutil indagación en la esencia del hombre combinando magistralmente lo cómico con lo trágico.
La poesía se funda siempre en el misterio. De ese misterio que procede de la naturaleza que vive en nosotros. Como una rueda sin fin de sugerencias y de interpretaciones para el goce artístico de tantos admiradores y degustadores de poesía, un arte
tan maduro en pensar y sentir.
Ahora bien, cuando todo discurso poético se hace carne y talante personal, adopta unas características muy especiales: Para Rafael Alcalá, la poesía ha tenido una función peculiar: salvarle de sus propios fantasmas, interiores o exteriores, servirle como un medio de practicar una intra-autoterapia. He ahí, otra misión taumatúrgica del más bello arte de la palabra escrita: el mensaje poético.
Con el presente poemario, Rafael Alcalá ha adoptado la postura de dar por concluida su obra. No sabemos, ciertamente, si habrá cometido un gran error, ya que conocemos en su totalidad, esa brillante trayectoria comenzada allá en 1975 —tardíamente, por cierto, tremendamente responsable, por tanto—, que dada su gran calidad —avalada por la crítica más diversa y especializada—, podía habernos dado libros sucesivos. Pero también es cierto que retirarse a tiempo, es, a nuestro juicio, una postura inteligente.
El libro Aspiraciones, sueños y vivencias es un confesionario lo justamente visitado por mi presencia testimonial como para alejarlo de un relato puramente personal. Tras esa celosía se pone de hinojos, sobre todo, la fábula. Aunque forme parte en cierta medida de esa realidad vislumbrada como posible por José Antonio, Paco, Eufrasio… personajes que, con distintos nombres, como mentores y actores de esa vida que los enfoca, cualquiera puede arrogarse. Y existe la neta veracidad. A la que dejo jugar con frecuencia con aquélla al escondite para que se intercambien voces y perspectivas. Aseveraciones y controversias.
La escuela se había quedado vacía, sólo ella, ocupando el primer pupitre, y yo en la cuarta fila, bueno en la última, pues la escuela no daba para más. Ella se levantó, me miró sonriente y vino hacia mí contoneando su maravilloso cuerpo. Sin perder su sonrisa, se sentó a mi lado y con su brazo izquierdo rodeó mi cuerpo. Lentamente, recreándose con mi cara de asombro, fue acercando sus labios hacia mi boca, que se había quedado seca sólo con verla venir.
Sus deliciosos labios rozaban mi boca, levemente, cuando un golpe en el hombro me hizo levantar la cabeza y allí estaba don Bartolo, el maestro, alto, seco y con esa cara en la que yo nunca vi una sonrisa. Levantó la regla que parecía la prolongación de su seco y largo brazo, y descargó otro golpe sobre mi hombro.
SUCEDEN NOCHES
Suceden noches de agonía plena,
en que el sueño es vigilia de ceniza,
latido donde rutas bendecidas
sin horizonte yacen, y te adviertes
ausente de equipaje, paralítica
de esperas, y persistes, y te palpas
muda alondra sin alas y sin nido.
Triste cosa es la noche si el soñar
se espanta, y en el día
todas las rosas duermen.
NO INSISTAS. Los porqués de las cosas no se saben
[jamás.
Las causas jamás han existido para las grandes
[decisiones.
(El corazón no filosofa nunca). El corazón estalla,
te arroja por la esquina de un rayo de amor
[inesperado,
o te empuja a luchar por ese hermano, quizá
[desconocido.
El corazón revienta, se hace olas, se desborda
[en deseos.
Se desgaja. El corazón lo es todo.
Sólo tienen razón las cosas que no importan.
Si amas, si te entregas, si te das por completo,
Las causas nada importan. Sólo darse, tomarse,
revestirse de otros es la razón suprema.
Las causas, las razones, son juegos inocentes
para justificar la Muerte.
Los relatos que integran 88 Mill Lane fueron escritos por el autor en sus años de estancia en Londres, y son el fruto de una selección que obedece a dos criterios comunes: todos ellos transcurren en la capital británica, o en sus lindes, y todos ellos han sido galardonados con algún premio literario. A lo largo de las páginas pasearemos por avenidas de la urbe contemporánea, o descubriremos rincones y personajes londinenses del siglo XIX. En muchos de estos relatos el lector se verá arrastrado por la distorsión fantástica, y así sabremos la pesadilla que es poder hacer que existan las cosas que soñamos («El ojo en la mano»), o asistiremos a los inconvenientes de que nos sea concedida una inmortalidad sin paliativos («La Marquesa de Siete Iglesias»); pero también los habrá de corte realista, como el que conjetura el papel que jugó Franco en las muertes de los generales Sanjurjo y Mola («Las dos navajas»), o incluso de estructura puramente policíaca («La casa de Strawbrooke»). En su conjunto, una selección de relatos de estilo limpio y lenguaje efectivo, donde priman la imaginación casi analítica y una implacable reducción al absurdo de todo cuanto nos rodea.
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