EFÍMERA NADACeniza en trance de ascua,larvada luz,ignífuga nada que de sí huyey ya es luz mineralizada.
EFÍMERA NADA / Ceniza en trance de ascua, / larvada luz, / ignífuga nada que de sí huye / y ya es luz mineralizada. / Sombra torrefacta / que supera su destino / en las horas oxidadas. / Aura lisérgica de la alborada / que todo en torno lo deshace / y todo es nada. / Como una piedra en el agua / hunde mi alma su peso en su nada. / ¿Qué será de mí —sombra o luz— / cuando yo te falte?
Óscar Martín Centeno, abre las páginas de Circe con la siguiente indicación: Dramatis personæ: Odiseo, Tiresias. Desde el principio, advierte que lo que viene a continuación es un drama; en realidad, no es una colección de poemas, sino un largo monólogo dividido en secuencias –o mejor, en fases– entre las que, a veces, interviene Tiresias con sus visiones fuera del tiempo. Los poemas, por tanto, no son piezas independientes, sino que se van articulando siguiendo un proceso o una dramaturgia. Pero también, y esto es importante, significa que están dichos por este personaje, Odiseo, del que no se sabe si está diciendo la verdad mintiendo o si miente diciendo la verdad. El otro hablante es Tiresias, el profeta ciego, que tuvo la singular experiencia de vivir durante siete años en el cuerpo de una mujer, con lo cual, las voces de este libro que trata de una maga, saben de transformaciones, máscaras y encantamientos. Pero para redundar, como el que esto escribe es un poeta, un fingidor, el bucle se convierte en una encrucijada de posibilidades. Óscar Martín Centeno se hace pasar por Tiresias y Odiseo para lograr, mediante el simulacro de la forma, la sinceridad de la poesía, porque en la poesía, como en cualquier disciplina del Arte, en la perfección del artificio estriba su autenticidad. El leguaje de la poesía y de la fábula no está hecho de mentiras sino de otros cristales para ver la realidad.
Nos acercamos a la obra en castellano de Abdul Hadi Sadoun, editor hispanista iraquí afincado en España. Él mismo se define así como escritor —y conviene leer despacio esta definición llena de contenido—: «Espero estar entre los (longsellers) ya que intento poner mi huella para que sirvan mis escritos en todos tiempos y no solamente un corto tiempo, sí, me interesa que me lean muchos lectores, pero no voy detrás del (best-sellers). Soy —si se puede decir— un escritor de poca obra y de experiencia extensa, y no publico nuevos textos si no veo que añaden algo en mi trayectoria y algo al lector. De hecho puedo para décadas si es necesario para escribir y publicar libro nuevo. Soy un escritor que piso el camino lentamente, y pongo todo lo que tengo en el texto escrito, sin pensar si tendré más en el futuro o no. No creo en la voz legendaria, sin en los textos legendarios. Soy escritor del texto en su momento, y hombre normal que camina el resto de la vida sin ninguna pretensión ni exigencia.»
Ordenada en ocho secciones, referentes a otros tantos títulos que la engloban, en Yo eres tú, título adoptado por Mario Pérez Antolín para recoger y reunir su Poesía completa (1985-2007), se nos impone una primera imagen para abordar esta poesía: la del caleidoscopio o la constelación.
Porque Mario Pérez Antolín se sirve de varios registros para plasmar su mundo propio (sin el cual no hay poesía verdadera); registros que no están desentendidos unos de otros, sino en una interrelación a través de la cual quedan iluminados, haciendo que se establezca, debido a la suma de todos ellos, un único dibujo, formado por distintas líneas; o un único tejido, elaborado con hilos diversos, pero concordantes siempre. De ahí esa imagen del caleidoscopio o la constelación que se nos impone al leer esta poesía.
Apreciado lector: tienes entre tus manos un libro singular, con un planteamiento acaso único en la historia de la poesía. Consciente de que son muchos los que rehúyen el acto de leer un libro de poemas, así como del recelo de casi todos ante este género literario, por considerarlo excesivamente complicado o únicamente dirigido a la inmensa minoría, como decía Juan Ramón Jiménez, quiero proponerte un desafío, a la vez que hacerte una invitación para que aprendas a disfrutar con intensidad de los versos que en este libro he escrito para ti y con los que he querido, asimismo, demostrar que cualquier cosa, por más nimia o intranscendente que sea, es susceptible de ser poetizada.
LA EVIDENCIANos queda mucho espacio por recorrery distancia de lugar o tiempo sin acabar ni agotar,porque no estamos finalizados ni consumidos.[…]
LA EVIDENCIA
Nos queda mucho espacio por recorrer
y distancia de lugar o tiempo sin acabar ni agotar,
porque no estamos finalizados ni consumidos.
Estamos inconclusos.
A contraluz intuimos que podemos fundirnos
como una gota de agua en el ancho océano,
y también intensificarnos hasta la evidencia
de lo que no puede tener fin ni término posible.
Sabíamos que Joaquín era el poeta de la infancia, el minucioso indagador de los más recónditos recuerdos, el cantor de un tiempo gris y desalmado (su infancia fue en la más dura posguerra) con una voz sin ira, pero también sin almibaradas concesiones ni edulcorados trémolos que disfrazaran una dolorosa realidad. Y al mismo tiempo, sin patetismos fáciles, con rigor y entereza, con solidez poética y valentía verbal, que no ahorraban lo hermoso ni lo infame.
Sabíamos que Joaquín era el poeta del Tajo, el padre Tajo que lo vio nacer (y no es una expresión codificada), a cuyos márgenes se fue formando su visión del mundo, su conciencia de tránsito y espera, ese modo de estar y de no estar, de partir y quedarse que alienta en sus poemas.
La mirada inocente y los ojos del agua.
“Desde el primer momento me gustó el universo representado, ese mundo tan neoyorquino que conozco perfectamente y en el que he sido muy feliz, palabra poco poética pero que se ajusta a la realidad. Nueva York es el mundo en una isla, es La Meca para millones y la nueva Roma y también el oscuro ámbito donde los monstruos, todos los monstruos se dan cita en cualquiera de las calles del bajo Manhattan, esas que tienen nombre propio y no número; pero también se encuentran en Central Park, cerca de la pista donde los patinadores, los sábados, hacen todas las piruetas imaginables, o también, en el Bronx, cerca del zoológico, en las noches en las que los animales, inquietos, desafinan en la sinfonía de las tristezas.”
Antonio Garrido
Pocas veces se percibe con tanta claridad que la poesía es materia espiritual, oficio del espíritu, como ante la obra de Emilio Alzueta. Ya supimos que su voz nacía de esa inquietud no emparentada con la literatura al uso, cuando lo encontramos en La mirada encendida, Motril (2001), del que aquí se rescatan algunos poemas, y acaso lo sea de forma más evidente en esta otra serie de textos que integran el presente volumen. Porque no es el éxito mundano lo que se pretende con esta obra, ni la exhibición de unas destrezas más o menos brillantes en el uso de la palabra, sino más bien el entendimiento de que la verdadera función del poeta es la búsqueda del lenguaje originario, a través del cual nos acercamos a lo divino y celebramos su misteriosa presencia en nuestras vidas. De ahí que esta poesía nazca emparentada con el anhelo místico y que su propósito no sea otro que dar «humana voz a lo invisible», como nos dice su autor en el «Arte Poética» que abre el libro y que desvela el poderoso entronque de su palabra con la tradición de la poesía sufí.
CARTA DE AMÉRICA
SABINA milenaria de la sierra almeriense de Los Vélez, árbol amparador de mi estirpe: Yo hubiera querido encontrar un mensajero, un pájaro fiel con alas vencedoras y oceánicas para que atravesara continentes y, sin temor ni cansancio, te buscara en mi Sierra de España y dejara entre tus ramas mi carta. Carta que es un suspiro largo y azul que podría leerte el viento en sus descansos del otoño.
Quise detener el vuelo de una bandada de pájaros que era como un arco iris volador, en busca de un mensajero, y no me escucharon, quizá porque mi voz quedó tachada por músicas del agua o porque acudían presurosos a presenciar el nacimiento de un bosque.
ESCORZO
«Apenas la he regado
y la mata se cubre de violetas,
reflejos del cielo violado»
Un día. Poemas sintéticos
JOSÉ JUAN TABLADA [México]
El día se me ha venido fútil entre las manos
el sol incapaz de disipar a las nubes asiste
y se sobre extiende sin tonalidad ni alegría
Está triste el ánima de las cosas
lo verde contrita
las cigarras callan
Hay un ritmo de espera y subrepticia incuria
en este tiempo amoral sin nombre ni poesía
de estancia frígida que ni nutricia ni sabia.
RESPIRAR BAJO EL AGUA
ME sumerjo en las tardes
sin esperanza
de los primeros días
de primavera.
La luz es un sonido
de cuerpos que caminan a lo lejos,
de ilusiones que viven en las casas.
La noche empieza
a asfixiarme sin pausa.
El día tiene un pulso tan difícil y extraño
como respirar bajo el agua. Frío.
Mientras tanto la soledad escribe
mi nombre por el aire.
trak 1 – Preámbulo
La electricidad de los carteles
se hace escombros
en este viento frío de nube compacta.
un penacho sopla desde la cumbre en sordina
afilando el hielo que arrecia.
el contrabajo rasga la obscuridad
y el club se ultima
arrimando el oído de las sillas
a la voz que se arranca al negro surco:
canta el dolor y la sangre se espesa.
CARMA
Viaja sola como una dama
rica que montara a caballo.
En su grupa de estrellas
golpean decibelios, parecen un lamento
de lunas verticales de grandes construcciones.
Cuida de los recién nacidos
cual si fueran cristales de canicas de dulce.
Colma sus juegos
y el mundo se detiene.
Semáforo de soles, ámbares y naranjas,
encandila las almas tristes
marcadas en los cuerpos
abandonados a su suerte.
SE cumple este año de 2007 el 90.º aniversario de la publicación de la primera edición de La joven parca, obra analítica de la conciencia humana, como también lo sería El cementerio marino y muchos de los poemas de Cármenes. Con motivo de dicha efeméride, ya anuncié en la Nota del traductor de mi versión analógica de El cementerio marino, publicada en enero de 2006 en esta misma colección de la Editorial Alhulia con el número 25, que ofrecería al público mi versión de este enigmático poema valeriniano, cuyas dificultades de adaptación al español han sido muchas y de muy difícil resolución. Una vez más, siguiendo el criterio que preside mi labor de traductor, he querido ofrecer una versión lo más fiel posible al texto original, tanto en lo tocante a la métrica, como en la disposición original de las rimas, en los recursos estilísticos utilizados por Valéry y, en fin, en el sentido que él mismo confirió a sus versos.
El lector podrá, pues, encontrar que esta traducción se adapta al uso de los alejandrinos con rima pareada y que el texto traducido es, siempre que me ha sido posible, bastante fiel al texto original.
Debo, no obstante, señalar que ha sido aquí, en este texto abstruso y de compleja aprehensión para el lector medio, en el que, inevitablemente, me he tomado mayores libertades, si comparo su resultado final con el obtenido en mis anteriores traducciones de Las flores del mal de Baudelaire y El cementerio marino de Valéry. Sea como fuere, mi intención de acercamiento y respeto del texto original sigue siendo la misma en esta nueva entrega.
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